FRAY LUIS BELTRAN "EL DIOS VULCANO DE LA PATRIA"

La figura de Fray Luis Beltrán se destaca con relieves propios, porque daba a su palabra la voz de los cañones, y fue el artesano múltiple de la independencia de América. Su destino siguió la periferia de los grandes hombres: fue humilde en sus comienzos, magnifico en el apogeo de su genio, cuando era el Dios Vulcano de la Patria, pero injusto y triste, cuando ya nadie precisó de él, para asegurar el éxito de las batallas.




Nació el 7 de septiembre de 1784 en la provincia de Mendoza. Sus padres Luis Bertrand, francés y Manuela Bustos, criolla, lo hicieron bautizar a los tres días de su nacimiento, cuando por error le castellanizaron el apellido paterno. Estudió en el Colegio Francisco de Mendoza. A los 16 años se decidió por la carrera eclesiástica y fue aceptado en el convento que poseían los franciscanos en esa ciudad. Más tarde, ya como miembro de esa orden religiosa y con el hábito de la misma, fue enviado por sus superiores a Santiago, Chile, donde continuó sus estudios. Se interesaba por materias como física, química y matemática, además fue nombrado vicario de coro. Aquel muchacho mendocino, era de constitución vigorosa, porte marcial y simpático, y muy pronto llamó la atención de todos, por su clara inteligencia y las predisposiciones que evidenció para las matemáticas, la música, la mecánica y para toda clase de oficios, tales como: relojero, carpintero, herrero, pirotécnico, dibujante, artillero, cordonero, físico, químico, bordador y médico, todo lo que sabia lo había aprendido por lecturas, observación y práctica. Se ordenó como sacerdote y en 1812 entró como capellán al ejército de Carrera de Chile asistiendo al combate de Hierbas Buenas. El humilde Capellán, penetró un día en los talleres de la Maestranza de O'Higgins y observando las formas rudimentarias con que se trabajaba, reveló su genio, impartiendo consejos y haciendo observaciones a los mismos ingenieros, que fueron los primeros en reconocer su capacidad excepcional recomendándolo al general O'Higgins, quien lo nombra Teniente y lo pone al frente de su Maestranza, pero poco tiempo después, es derrotado el patriota chileno en la batalla de Rancagua y se ve obligado a cruzar la cordillera con cerca de mil prófugos, que hallaron seguro refugio en Mendoza, donde era por ese entonces, Gobernador, el Gral. San Martín. Entre ellos venía también Beltrán.

Bernardo de O’Higgins luego de cruzar la cordillera y unirse al Ejército de los Andes le habló al general José de San Martín acerca de los conocimientos de mecánica, herrería y química que el joven Beltrán poseía. San Martín carecía de armamentos para el ejército que estaba organizando para liberar a Chile, por lo que no dudó en solicitar su ayuda. Beltrán fue incorporado a las tropas de San Martín, éste lo nombró teniente 2° y le confió el montaje de parque y maestranza. De los talleres bajo su dirección salieron los cañones, obuses, fusiles, sables, herraduras para mulas y caballos y otros implementos para el Ejército de los andes. Por esforzar la voz dando instrucciones a 300 obreros, mientras trabajaba a la par de ellos, quedó ronco para toda la vida. San Martín lo ascendió a capitán graduado antes del paso de los Andes.


Fabricó unos carros angostos del largo de los cañones, de ruedas muy bajas, que los soldados bautizaron zorras por el parecido de su silueta con la de este animal. Los cañones se envolvieron en lana y se retobaron de cueros para evitar dañarlos con el movimiento. Las zorras eran arrastradas por bueyes y mulas según el camino. Marchaban con ellas 120 mineros con sus herramientas para componer los malos pasos, los primeros zapadores del ejercito. Llevaban para cruzar los ríos un puente tipo mecano, fabricado con maromas de doce vetas resistentes, confeccionadas de acuerdo a un modelo especial., de cuarenta metros de extensión, utilizable en todos los pasos difíciles, sobre todo en el cruce de ríos cajones. Los zapadores tuvieron que cargar también con el traslado de dos anclotes para prevenir que se despeñaran en las laderas muy rápidas. "Se llevaban para suplir las funciones de cabrías o cabrestantes en los grandes precipicios, adhiriéndose aparejos o cuadernales de toda clase o potencia, según los casos". (Espejo). Espejo indica que no fue necesario usar los anclotes para salvar los cañones, aunque sí para salvar la carga de las mulas, que caían a los abismos menos profundos. “En las cortaderas un cañón rodó al abismo y fue rescatado sin otros perjuicios que la ruptura del eje y que más de treinta cargas fueron igualmente rescatadas”. (Beltrán).


Cruzó la cordillera con el Ejército de los Andes y pudieron transportar los cañones por los senderos de montaña gracias a las “zorras” (carros angosto montados sobre cuatro ruedas y tirados por mulas) inventadas por él. El joven sacerdote participó en la batalla de Chacabuco, y luego de la sorpresa de Cancha Rayada que les hizo perder casi todo el material trabajó día y noche para reemplazarlo. Después de esta batalla, cuando San Martín intentaba levantar el ánimo de los militares vencidos, Beltrán los convenció de que tenía municiones de sobra. Era mentira, pero logró fabricar en unos días varias decenas de miles de municiones.


Entonces debió arreglar los 5 cañones salvados de Cancha Rayada y forjar nuevos hasta lograr 22. Para lograr su objetivo, Beltrán, ni bien salió del edificio donde estaba el congreso, se dirigió hacia el coronel Manuel Rodríguez que era muy popular entre los chilenos y le contó lo ocurrido. En seguida le pidió que destacara los dos o tres batallones por las calles con órdenes severas para que arreasen hacia la maestranza a todos los hombres, mujeres y niños que encontrara, sin reparo de condición o clases pero que no fueran menos de 1000. A las mujeres las ocupó en coser cartuchos de cañón, a los muchachos en hacer cartuchos para fusil y a los hombres en la fundición y maniobras de fuerza. Como tenía bastante pólvora en los almacenes como para realmente preparar municiones hasta el techo, trabajaron días y noches recambiando a la gente. Como en realidad contó con más de 1000, este “Arquímedes de Los Andes” (como lo llamaba Mitre) logró reconstruir en 17 días el parque perdido en Cancha Rayada. Rehizo las armas y fundió cañones, y el 5 de abril de 1818 el Ejército de los Andes salió victorioso en Maipú, victoria definitiva.


En 1822 fray Luis Beltrán fue ascendido a sargento mayor, y en 1823 se le entregaron los despachos de teniente coronel graduado. Acompañó a San Martín en la Expedición Libertadora al Perú, donde trabajó como director de maestranza hasta 1824.En 1825 reconocido en su grado se le destacó al ejército que estaba organizando el general Martín Rodríguez en la línea del río Uruguay. Allí desarrolló una importante labor técnica, ayudando además a proveer de armas a la escuadra del almirante Brown. Con las tropas de Alvear participó en la batalla de Ituzaingó, pero se enfermó y debió ir a Buenos Aires donde renunció a la carrera militar y regresó al convento y a vestir los hábitos. Murió en Buenos Aires el 8 de diciembre de 1827, a los 43 años, y fue sepultado en el Cementerio de la Recoleta.


Final muy triste para Fray Luis


Cuentan que habiendo visitado Bolívar el parque de Maestranza de Fray Luis Beltrán en Perú lo intimó a que en 3 días compusiera, limpiara y encajonara mil tercerolas, fusiles y otras armas. A pesar de todo el esfuerzo, fray Luis no alcanzó a tiempo. Irritado Bolívar lo reconvino ante todos y hasta llegó a amenazarlo de muerte. Desesperado Fray Luis se encerró en su cuarto y empezó a alimentaron carbón un brasero a fin de intoxicar el aire y dejarse morir. Fue salvado por los dueños de la casa pero quedó desquiciado y suponiendo que Bolívar lo perseguía se ponía furioso. Cinco días anduvo vagando por las calles mientras los chicos le gritaban “el loco”. Fue recogido por una familia piadosa que lo ayudo a restablecerse y para agosto de 1824 lo embarcaron para Buenos Aires Para junio de 1825 se presentó ante el gobierno de Buenos Aires Dos años después murió en Buenos Aires vestido nuevamente de fraile pero con sus facultades mentales alteradas.